Una de mis mayores preocupaciones de esta travesía estaba en cómo reaccionaría mi cuerpo a una noche a la intemperie. Hasta ahora, y salvo una ocasión, siempre había pernoctado sobre colchón y bajo techo. Sorprendentemente dormí más y mejor de lo que preveía, y a las 7:30 estaba como nuevo. Preparamos el desayuno mientras el resto hacía lo propio. Sobre las 8:30 estábamos en plena marcha.
Los cuerpos respondieron de manera irregular: Miguel Ángel y Javi estaban bastante castigados, aunque descansaron bien; Quique tenía un gemelo cargado; el resto estábamos a tope.
La etapa del domingo apenas tiene puntos conflictivos, así que Miguel Ángel y Quique me advirtieron que iban a tirar sin contemplaciones, procurando parar sólo lo imprescindible para evitar enfriamientos musculares. Por un rato los acompañé, pero al llegar a Arroyo Tercero me quedé a esperar a Luis y Javi. Así, acabamos en tres grupos: a la cabeza los citados; detrás de ellos Juanfran y José, y atrás los gerreristas “oficiales”. No volvimos a vernos hasta el final de nuestra travesía en el restaurante de Cañada de la Cruz.
Desde Arroyo Tercero salimos a la carretera para, enseguida, tomamos el primer camino que baja a la izquierda en dirección a La Rogativa. Este camino ya no lo soltamos. El inicio, por el impresionante encajonamiento rocoso, probablemente sea el lugar más hermoso de todo el GR 7 murciano.
Aún pisamos asfalto, pero pronto el camino fue de tierra, tras cruzar el resbaladizo Vado de la Rambla de la Rogativa. Comenzamos un ascenso prolongado y continuo que nos llevó a hacer parada de descanso y almuerzo en la oportuna área recreativa con fuente a la que llegamos.
Un rato después retomamos el camino y no nos detuvimos hasta Puerto Alto, 11 kilómetros más adelante. Ni siquiera paramos en la Ermita de La Rogativa, cuya visita recomiendo encarecidamente: Concepción y Anselmo, entrañables custodios de la misma, merecen ser conocidos.
La lluvia que la previsión meteorológica anunciaba no llegó a materializarse, pero caminar bajo un cielo encapotado y libres del sofocante sol debió ser un regalo de los dioses. La interminable subida hasta Puerto Alto (no en vano es la cota más elevada del GR 7 en la Región de Murcia, a los pies de Revolcadores, pico más alto de nuestra Región) provocó que llegáramos exhaustos, de manera que nos sentamos unos minutos.
Un poco más de las dos de la tarde, y no quedaban más que 7 kilómetros hasta Cañada de la Cruz, en una cómoda bajada por asfalto. Con la sierra detrás, nos plantamos ante extensos páramos cultivados de cereales, con encinas y sabinas diseminadas por doquier, que ofrecen un paisaje bellísimo. Cuando pasé por aquí, a finales de abril, todos los prados destellaban un verde prodigioso. Hoy predominan el amarillo paja, el verde ennegrecido y el marrón tierra.
Quique, Miguel Ángel y Juanfran ya estaban en el restaurante. José se rezagó un poco, y a nosotros nos faltan apenas 45 minutos. Javi era el más castigado: los hombros lo estaban matando, pero no consintió que cargáramos su mochila. Cañada de la Cruz estaba ahí mismo, a menos de un kilómetro… Por fin, llegamos.
Tras dejar las cosas en el coche nos reunimos con el resto en el restaurante Camacho. Ellos acaban de comer y se van, así que nos hacemos la foto de familia obligada y nos despedimos de ellos. Ha sido una gratísima experiencia que ha servido, espero, para atar lazos en torno al gerrerismo, y para contribuir a fomentar la travesía como una actividad física, lúdica, turística y respetuosa con la ecología y el medio natural.