Me levanto sobre las 5:30. Me duelen mucho los pies, y por más que no quiera no puedo pensar en otra cosa que en los 30 kilómetros que me separan de Cieza más 5 hasta el Camping Los Viveros, junto al Santuario de la Esperanza, donde tengo reservada una caravana.
Hoy apenas puedo comprender cómo fui capaz de sobrellevar el dolor, intenso y permanente, aquel día, sin duda el más duro hasta hoy en toda mi experiencia en esto de la travesía.
Y es que el calor no ayudaba a mejorar la situación: es 9 de junio, y en Murcia ya se sabe.
Lo mejor es no pensar y ponerse en marcha, cuanto antes arranque, antes llegaré. A las 6 en punto, con las primeras luces del día, salgo del albergue y paso bajo la nacional y la autovía para dirigirme, entre esparto, hacia la Sierra de la Cabeza del Asno.
Al igual que la jornada de ayer, cuando las piernas entran en calor el dolor es asequible, aunque hoy se hace más agudo. Cada parada supone un pequeño alivio, pero el suplicio que conlleva arrancar es insufrible.
Las botas están para tirar, con las suelas completamente desgastadas, y de la pista de tierra por la que voy a caminar durante casi 20 kilómetros se me clavarán hasta el alma miles de piedrecitas.
Llego a la base de la sierra para encarar corta y empinada pendiente que me situará en un mirador desde donde obtendré las mejores vistas de todo este GR: Antes de las 7 de la mañana, con el sol recién nacido deslumbrando por el Levante, se extiende ante mí un inmenso espartal, como un mar verde pálido reflejado por los rayos del alba. Una imagen para el recuerdo.
A partir de este momento, el camino me llevará en dirección Oeste por la umbría de la Sierra de la Cabeza del Asno, primero, y tras ella la del Puerto. A la derecha tendremos, casi todo el tiempo, amplias vistas al Norte, a muy poca distancia del límite provincial con Castilla la Mancha.
Este larguísimo tramo por pista no tiene nada reseñable. Ya en la parte final, por la Sierra del Puerto, el llano que había sido la tónica pasa a ser una prolongada subida, desde cuya cima veremos una preciosa chopera junto a las línea ferroviaria y el río Segura.
La bajada tiende a acercarse a las vías del tren, que acabaremos por atravesar en un paso subterráneo de éstas. Ahora sí estamos cerca de Calasparra, aunque todavía queda un buen rato de caminos laberínticos entre arrozales hasta llegar a las frescas aguas del Segura por la Escuela de Piragüismo.
Ahí, exhausto por el calor y los kilómetros y muy dolorido, me echo al suelo para descansar y comer algo. Queda un último esfuerzo por hacer, pero este kilómetro final es una ascensión desde el río hasta la ciudad arrocera.
Entro a Calasparra renqueando, satisfecho por haberlo logrado, molido. La botella de agua fría que me tomo en un bar de la plaza aún la recuerdo como la más sabrosa del mundo.
Son cerca de las dos de la tarde, y no me queda más remedio que poner rumbo al camping. El camino lo conozco, en una hora estoy allí. Apenas puedo andar. El chico que me recibe apenas puede creerse que haya salido desde el Picarcho, junto a la Venta del Olivo, y me mira con una expresión mezcla de sorpresa y desconfianza.
Me quedan dos etapas hasta Caravaca de la Cruz, aunque mis planes iniciales eran realizar en un único día los 38 kilómetros que suman. No tardaré en descartarlo, estoy demasiado tocado, y me inquieta pensar que, en caso de necesidad, no encuentre a nadie que pueda ayudarme: en la etapa de hoy no he visto a una sola persona hasta llegar a Calasparra.
Al final opto por la opción coherente: retirarme. A media tarde vendrá mi mujer a recogerme. Las siguientes etapas las realizaré en marzo del año siguiente, en compañía suya, y aunque técnicamente el GR 251 finaliza en Calasparra (la etapa hasta Moratalla es GR 7, y hasta Caravaca GR 7.1), concibo esta travesía como un «todo», desde Yecla hasta Caravaca.
Así, mis dos próximas entradas al blog serán para contar esas etapas y cerrar la travesía.