En este artículo vamos a hablar de las instituciones que deciden trazar un camino y de su compromiso para el mantenimiento posterior del sendero resultante.
¿Cuántas veces estamos realizando algún sendero y nos encontramos con situaciones desagradables en la que no sabemos qué camino tomar en una bifurcación porque no hay rastro de señales y los mapas son imprecisos? En algunos casos, algún desaprensivo ha borrado las marcas o arrancado la señalética. En otros, directamente nunca se hicieron las indicaciones debidamente. Y no será porque dicha tarea la puede hacer cualquiera, ya que sin licencia no puedes ejecutarlos.
Entonces, si todo eso está, ¿por qué en tantísimas ocasiones no se desarrolla? ¿Por qué esa falta de interés en los mantenimientos? ¿Por qué esos trazados imposibles? ¿Por qué esas discontinuidades? ¿Por qué esas diferencias de criterio en la señalización? ¿Por qué esa racanería en las indicaciones?
Todo ello constituyen faltas de respeto hacia el senderista. Cuando nos equipamos y ponemos un pie en el camino lo hacemos convencidos de que existe una pequeña infraestructura, en buenas condiciones, que nos va a permitir ejecutarlo. Así existe un protocolo de homologación de los senderos, que nos hace partir de esa premisa. Otra cosa diferente es cuando queremos ir de aventura, donde tú mismo/a eres el o la responsable del trazado y de los inconvenientes.
Es desagradable, cuando las fuerzas comienzan a escasear y cambias de término municipal, descubrir que la cantidad de marcas desciende drásticamente o incluso desaparecen, porque el mantenimiento de ese tramo de la ruta depende de otro ayuntamiento o institución. En muchas ocasiones, una administración “superior” reparte el dinero de un proyecto previamente consensuado entre los ayuntamientos por donde va a transitar ese GR, pero en vez de revisar el trabajo realizado una vez terminado, prefiere desentenderse, mirar hacia otro lado y no reclamar la finalización de la labor comprometida a algún consistorio que ha preferido destinar esos fondos a otra partida.
Otros ejemplos de malas prácticas son los trazados imposibles, ya sean los bucles o las subidas inmisericordes. No decimos que un GR se tenga que transformar en una autopista lo más recta posible y que, para evitar las subidas, se excaven túneles o se dinamiten montañas. Pero existen alternativas viables que facilitan el tránsito cuando nuestras piernas llevan varios días de travesía. Un ejemplo positivo de lo que comentamos en estas líneas es el Sendero GR-247 Bosques del Sur, donde para evitar estas cosas, han empleado muy correctamente las derivaciones y las variantes. En la primera de ellas, por ejemplo, te proponen el ascenso al Yelmo, pero el sendero no te obliga, si no quieres, a tener que pasar por la cima. Por otro lado, las variantes permiten, si empezaste en un determinado punto y no dispones de veintiún días para terminarlo, recortar el trayecto y volver al punto de inicio.
Estas cuestiones son fundamentales por dos motivos principalmente: en primer lugar, no todos/as tenemos el mismo estado de forma; incluso aun siendo un Kílian Jornet, no todos los días nos encontramos con la misma energía. En segundo lugar, en muchas ocasiones quien diseña el sendero, lo hace por etapas y no piensa en que en la mayoría de las ocasiones los “gerreristas” lo tomamos como unidad, y empleamos varios días o semanas en realizarlo por completo.
Las administraciones deben replantearse los trazados de los caminos partiendo de la base de que su recorrido debe ser asumible y viable, si no quieren que estos estén condenados al fracaso. Ya tenemos una buena muestra en nuestro país de senderos de gran recorrido que han muerto casi en el mismo momento de nacer. Las federaciones por su parte deberían facilitar una información correcta y veraz de lo que se ofrece en materia de senderos, en un determinado territorio. Aunque ello suponga deshomologar muchos de ellos. Tendremos menos senderos pero en mejores condiciones.